sábado, 9 de enero de 2010

Evita y la palabra expropiada


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Entre febrero y marzo de 1949 quedó terminada la primera versión de La razón de mi vida. Evita se la había dictado al escritor Manuel Penella da Silva, quien recopilaba y organizaba sus dichos y los volcaba al papel día tras día.

El propio Penella constituyó una primera instancia de modificación de la palabra de la autora. “Eva tronaba contra las jerarquías de la Iglesia y del Ejército. El escriba le recordaba sus deberes con el jefe de un Estado confesional y diluía las violencias de su lenguaje.”

En esa primera versión el libro postulaba la creación de un Senado de mujeres y denunciaba la opresión masculina, aunque eximía a Perón de toda culpa.

Perón leyó esa primera versión y dudó si autorizar su publicación. Pero no vaciló en cuanto a su poder para revisarla. La hizo circular entre sus ministros y secretarios. “El manuscrito anduvo más de un año de oficina en oficina, y casi todos los ministros sintieron el deber de aportar algo.” Raúl Mendé, secretario de Asuntos Técnicos, escribió capítulos enteros e hizo insertar en el libro un capítulo firmado por Perón. También aportó numerosos contenidos el próximo Ministro de Educación, Armando Méndez San Martín. Finalmente el libro se publicó dos años después de su primera redacción, en setiembre de 1951.

Igualmente en su gira por Europa, todos los dichos públicos “de Eva” fueron redactados por el escritor Francisco José Muñoz Azpiri, revisados luego por la Cancillería, y finalmente autorizados por el propio Perón. “A “la mujer más poderosa del mundo” (así la había calificado John dos Passos) no se la creía capaz de expresarse con su propio lenguaje.”

En sus últimos meses de vida, Eva escribió otro libro, Mi mensaje. “El libro tiene treinta capítulos breves, con tres núcleos básicos: el fanatismo como profesión de fe; la condena a las fuerzas armadas por el abuso de sus privilegios; la condena a la jerarquía de la Iglesia Católica por ‘su indiferencia ante la realidad sufriente de los pueblos.’ El texto de Mi mensaje fue vetado por Perón, y se perdió hasta 1986, cuando apareció en una casa de remates de la calle Posadas.”

“Los años de retraso tornaron anacrónico y casi ilegible el texto. La única vez que Evita escribió, la única vez que intentó construirse como mito a través de la escritura, fracasó.”

Hasta aquí el texto de Tomás Eloy Martínez en Réquiem por un país perdido.(*)
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En la Introducción a Mi mensaje, Eva escribió:

En "La Razón de mi Vida" no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso; tengo que escribir otra vez. /…/ Mejor sería acaso para mí que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase para todos, como una palabra definitiva, todo lo que dije en el primero de mis libros, pero /…/ quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar.

Se entiende por qué Perón vetó este libro, que comenzaba denunciando el silencio del anterior.

No me atrevería a sostener que esa escritura de Evita haya fracasado en constituirla míticamente, como lo señala Martínez. Hay motivos para pensar de otro modo. A diferencia de otros escritos de similar matriz, como los de Angela Carranza, este ha sorteado la censura del tiempo, del escamoteo, del pensamiento bajo gorra, de una sociedad falsamente pudorosa, del marido. Ahí la tienen, inalterada, de cuerpo entero, sin disimulo, estatua viva de sí misma y para siempre. Ni fascista ni artista, ni primera dama ni Rosa Luxemburgo. Tan sólo ella como ella era, con su sentido justiciero, su bronca y su ternura.

El breve y contundente volumen, tampoco me ha resultado "anacrónico" ni "ilegible". Sus diatribas a los militares defensores del privilegio, a los eclesiásticos que debieran "empezar por volverse cristianos", a los que con demasiada facilidad venden los recursos del país "a cambio de una moneda o una sonrisa de los imperialistas" más bien han ganado en actualidad, y se han visto más que justificadas por las experiencias históricas que hemos vivido después. Y si algo no son esos chispazos, es ilegibles.

Además, el escrito coincide con otro texto: el de los ademanes, el tono de la voz, el énfasis de la protagonista, vivo texto de carne a través del cual esos contenidos llegaron sin trasvase a sus destinatarios. Su sentido clasista y fanático palpitó en más de una lucha posterior.

Pero ahora quiero más bien decir que esta expropiación de la palabra de Eva me lleva a recordar y rendir homenaje a otras mujeres en situaciones parecidas. En las palabras de Ángela Carranza, cuyos escritos, más de un centenar, fueron destruídos en su totalidad por la mano del verdugo, por haber sido concebidos sin mediación de varón. En Juana Inés de la Cruz, palabra a la que se quiso enclaustrar. En María Guadalupe Cuenca de Moreno, Mariquita, otra desdeñada, cuya palabra lúcida, irreverente y revoltosa tuvo que esperar más de 150 años para que pudiéramos escucharla. En las generaciones de mujeres cuyos maridos o hijos o hermanos ejercieron por ellas sus derechos civiles y económicos, porque se las consideraba como menores o como imbéciles. En las señoras a quienes se les negaba volver a ver a sus hijos, o que eran internadas en hospicios, porque se habían permitido rechazar a sus maridos, aún en las primeras décadas del siglo XX y en la culta Buenos Aires.

También sobreviene el recuerdo aleccionador de alguien que estuvo en la vereda de enfrente del General y su esposa: Agustina Moriconi,“Agustinita”, la bella y fina esposa del escritor Ezequiel Martínez Estrada. Después de la muerte de su marido, ella me decía desconsolada “Ahora ni siquiera sé escribir una carta; porque acá solamente escribía Ezequiel. Hasta mis cartas a mis hermanas las escribía él, desde que nos casamos.” En el matrimonio con el escritor, Agustinita no sólo había dejado de pintar sus exquisitos óleos; también había resignado su palabra.


(*) Buenos Aires, Aguilar, 2003.


Gracias al amigo poeta Raúl Artola, por la inspiradora conversación que me llevó a escribir esto.

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jueves, 7 de enero de 2010

Cumple años Rafael Barrett


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Rafael Barrett, el Centenario y el Bicentenario

Nació español y señorito un 7 de enero de 1876 en Torrelavega, bajo los nombres de Rafael Angel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo. Murió tísico, solo, anarquista y proletario a los 34 años en Francia. Emigrado de España a raíz de un lance de honor, estuvo en Argentina y Paraguay, donde se fue transformando en periodista y escritor revolucionario y adquirió la ciudadanía que sólo puede dar la solidaridad en la lucha. En sus crónicas hizo constar la inhumanidad de los obrajes, las fábricas, los conventillos. La yerba mate viene con sangre, decía. Cuando se produjo su muerte en Francia en diciembre de 1910, acá todavía resonaban las trompetas de oro del Centenario.

El homenaje a Barrett constituye una ocasión para abrir los ojos. Para irrumpir en el programa del Bicentenario, que pronto será motivo de las intervenciones "autorizadas" de los ruralistas, de los poderosos de toda laya y de las vacas sagradas de la intelectualidad argentina, de los Aguinis, Asís y alguno más; de los eclesiásticos que todavía no se bancan aquella Revolución de 1810 y la existencia de un estado que les disputa los espacios culturales y sociales… a prepararse, mis amigos. Se vienen unos meses de saturación de patrioterismo e incienso.

Barret vio la otra cara del Centenario: explotación y amedrentamiento. Hoy la continuidad de las desapariciones no esclarecidas y la proliferación de amenazas y atentados de las "brigadas blancas", significan una nueva etapa del Terror que él denunció en 1910. Su evocación es inspiradora a la hora de hacer "otra celebración" del Bicentenario, de volver sobre la necesidad de construir “patria y argentina”, como lo postulaba aquel generoso lema prerrevolucionario de 1802, a partir de los pueblos sojuzgados, de los rincones de postergación, de las luchas por la recuperación de los bienes y de los derechos elementales.

Los diarios grandes no siempre publicaron los escritos de este hombre. Sólo unos pocos escritores locales (entre ellos, Jorge Luis Borges) lo tuvieron presente. Cuando Federico García Lorca visitó la Argentina, en 1933, se interesó por las huellas y los escritos de Barrett: “pero si aquí habéis tenido a un gran escritor…”. La mayoría de sus interlocutores no lo conocía.

Conmemoro su nacimiento con citas de una recopilación de sus artículos de tiempos del Centenario (*).


EL TERROR DE 1910 EN LA ARGENTINA - INDIOS, GRINGOS, POBRES

/10/ “En la ley González, codificando el trabajo (1907), se lee este pasaje delicioso: “La protección a las razas indias no puede admitirse si no es para asegurarles una extinción dulce”.

/11/ “Hoy no es raro que los misioneros sean simples traficantes o Barnums de sotana, protegidos por los fusiles oficiales. El salesiano Balzola, director de la colonia “Thereza Christina”, en Mato Grosso, es un tipo de apóstol moderno. Se llevó a tres indios bororós para exhibirlos en Turín, y cuando le preguntaron si había bautizado a sus fieras, contestó que lo haría solemnemente, en plena Exposición y a dos francos la entrada…”

/118/ … “un oficial le atraviesa la ingle con la espada a un conscripto ‘porque no marcaba bien el paso’” … a otro, Gismani, lo condenan a tres años de presidio por insubordinación: asmático, no había podido seguir con el trote… “En 1890, los ‘muchachos’ de los cantones se solazaban fusilando a metecos distraídos. Mataron así a muchos trabajadores que cruzaban las calles, albañiles en los andamios, etc. Llamaban a tan chistosa operación ‘cagar gringos’. Un ‘indio’ de calle Florida mata de un tiro de revólver a un niño lustrabotas porque no le hace brillar bien los botines. Quedan impunes. Lo mismo que los “indios” estudiosos que en mayo atropellaron e incendiaron hogares obreros."

/122/ “En las almas no hay luz. No hay sino terror. Es el terror quien mata. Jamás se apoderó de una sociedad un terror semejante al que como un sudario negro ha caído sobre la Argentina. Al primer estampido de la dinamita, este pueblo de republicanos ha gritado: “¡El zar tenía razón!” Mientras los jesuitas del Salvador, con sus alumnos armados de carabina, desfilaban ante el cadáver del coronel, la policía, imponiendo silencio a cinco millones de hombres libres, preparaba la caza del proletario. ¡Admirable ejemplo de la futilidad de las leyes! La Constitución, prostituida en cada campaña electoral, fue declarada impotente para reprimir un delito común. Tres mil obreros fueron deportados o enviados a presidio. Las detenciones continúan. Si el autor del atentado no estuviera preso, no habrían quedado en Buenos Aires más que los que viven de sus rentas. El juez se contenta con tres mil cómplices. En la sombra espesa y muda que invade a la metrópoli sólo se distinguen las garras del gendarme, protectoras del dinero porteño. Los inmigrantes rusos son rechazados en la dársena. La Argentina, sentada sobre sus sacos de oro ganados por el gringo, llora el haber sido tan hospitalaria. “¡Ingratos!”, dice a los innumerables trabajadores que sudan en los campos, en los saladeros, en los talleres, en las fábricas y en los docks, enriqueciéndola sin límite. “¡Ingratos!” repite a los centenares de inocentes que manda a presidio. El terror tiene su lado cómico. Tiene también su alcance instructivo. En estos choques un país se vomita a sí propio: es el momento de estudiarlo. Estudiad, pues, la desesperaciòn con que Buenos Aires defiende su bolsa del espectro anarquista; Buenos Aires, la ciudad estómago, donde los tribunales han castigado con cuatro años de cárcel a un infeliz que había robado un dedal y con seis a otro que había sustraído un pantalón. Pero no es únicamente Buenos Aires, no; es la América latina entera donde no hay más Biblia que el registro de la propiedad, donde la escuela honra el afán de lucro como una virtud y los padres predican a sus hijos la codicia. Ni siquiera imítase ya a la América sajona. Allí nacen religiones nuevas, en tanto que vosotros no tenéis religión, puesto que os devora el radicalismo. Allí los millardarios intentan hacerse perdonar y fundan establecimientos públicos. ¿Quién se avergüenza aquí de su fortuna y ante quién se avergonzaría, si cuanto más rico más venerado es? Locura es figurarse que un régimen de avaricia puede ser un régimen de paz; la avaricia es forma del odio como la rabia homicida; en ella se transmuta y de ella brota. Las persecuciones de hoy traerán las bombas de mañana, que traerán otras persecuciones, y la sangre renueva el terror que hace verter más sangre.”

(*)BARRET, Rafael. El terror argentino. Buenos Aires, Editorial Proyección, 1971.


lunes, 4 de enero de 2010

Lo fugaz y lo duradero. Thomas Wolfe y la ciudad de Asheville.

Thomas Wolfe en 1937. Foto por Carl van Vechten.
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Lo fugaz, lo duradero.


Pero sabemos que el paso, aunque se desvanezca, es mejor que la piedra sobre la que se anda, que una sola palabra perdida seguirá viviendo cuando hayan caído todas las torres; sabemos que los hombres desvanecidos, los muertos que han sido llevados a unos entierros rápidos y luego olvidados inmediatamente, el gesto que sólo quedaba medio recordado, los momentos olvidados de un millón de vidas oscuras y la ceniza de los amantes enterrados perdurarán mucho más tiempo que el polvo de la ciudad. Levanta, pues, tu corazón cuando miras a esas torres orgullosas; pues te decimos que son menos que una hierba o una hoja, pues la hierba o la hoja durarán para siempre.”


"No hay puerta", 1931.



Thomas Wolfe, escritor


Thomas Wolfe sólo vivió 37 años. Había nacido en 1900 en Asheville, Carolina del Norte. Alguna vez dijo de sí mismo que no era poeta, sino escritor de narraciones. El párrafo anterior, uno entre cientos de ellos, parece desmentirlo. He leído de él su gran novela “Del tiempo y del río”. Una escritura lenta sobre el delirio norteamericano, morosas páginas atravesadas por borracheras, extravíos y trenes disparados en la noche de los pueblitos. Entendí por qué William Faulkner lo consideró el primer escritor de su generación (y el propio Faulkner pretendía ser su seguidor y segundo). Y por qué iluminó los caminos de Jack Kerouac y Philip Roth.


Por estos días encontré, en una mesa de saldos, una traducción de sus Collected Stories (*). Tengo algo que deciros, La fiesta de los Jack y No hay puerta, Un relato del tiempo y del vagabundo, volvieron a cautivarme con su prosa a la vez lúcida, poética, por momentos tocada por acentos de profeta bíblico. El primero de esos tres relatos es una temprana y descarnada crónica del peso del nazismo sobre la vida cotidiana de los alemanes. El sentido de humanidad de Wolfe le permitió ver en la vida cotidiana de Alemania, y denunciar con el simple enunciar, lo que muchos de sus compatriotas no percibían en el régimen hitleriano. En No hay puerta encontré una magistral vivisección del modo de ser de los ingleses a partir de sus comidas, sus conversaciones y su modo de gesticular; admiro esta capacidad de los grandes poetas novelistas, su manera de llevarnos al conocimiento de un todo a partir del análisis de lo concreto – la gorra de Monsieur Bovary.


Asheville, ¿la tenían?


Asheville es ahora una ciudad de unos 75.000 habitantes. Allí se conserva la casa de Wolfe. En el mismo cementerio que él, se halla el sepulcro de O’Henry. También residió en esta ciudad Francis Scott Fitzgerald.
¿Tendrá algo que ver esto, con el hecho de que Asheville (cuya población es en un 75% blanca) haya sido la primera ciudad norteamericana (y sureña, para más datos) que eligió a una intendenta negra; o con que sea un componente importante de la Liga contra las Armas Ilegales (que no concita tantos metros de prensa como la publicitada Asociación del Rifle)?

¿Tendrá esto que ver con la preeminencia de las frágiles palabras sobre las orgullosas torres?


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(*) Wolfe, Thomas. Tengo algo que deciros. No hay puerta. Barcelona, Luis de Caralt, 1964.

domingo, 3 de enero de 2010

Interacción

En la imagen, “La Gran Ola de Kanagawa”
(1832) de Katsushishika Hokusai.

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Después de Hokusai, las borrascas tuvieron que esmerarse mucho más.



viernes, 1 de enero de 2010

Canciones de poder. Grândola Vila Morena y la Revolución de los Claveles. 1.

Soldados portugueses en las calles de Lisboa durante la Revolución de los Claveles, el 25-4-1974.
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Canciones que matan

Hay canciones que matan y hay canciones liberadoras, canciones que dan vida.

Sin que lo sepan sus intérpretes, ni aún sus mismos autores, hay canciones tan deletéreas como pegadizas. Quienes las escuchan y repiten de buena fe, quedan atrapados en la red de un discurso que termina fatalmente mal.

Por caso, las letras que realimentan la violencia romántica, los crímenes por amor. Violencia simbólica, erotizada, justificada por la pasión; pero igualmente criminosa, porque toda violencia lo es, en cualquier escala y modalidad.

Los equipos multidisciplinarios, los servicios de prevención, los ministerios, las comisarías y los consultorios que trabajan para extirpar la violencia contra las mujeres, tienen en su contra al poder de una música de consumo masivo. Mientras un cuartetero proclame Si te agarro con otro te mato (Cacho Castaña); mientras otros desdeñen a su pareja momentánea llamándola La culona, o le adviertan al amigo que ella Quiere acabar contigo (Los Dragones); mientras se escuchen y repitan temas como Matando la liga, de Wisin y Yandel (Nosotros somos así nosotros merca timamos / si hay que matarnos por mi madre nos matamos; otra letra alternativa advierte: Mami subete a mi moto cuidado que no te bajes con los panties rotos¸te doy cabillo,te güileo y te azoto); mientras eso se cante, se baile, se recite, se aplauda, la lucha será despareja. Cuanto más, la causa de los derechos humanos logrará un empate; se atenderá más o menos a las víctimas, se las resguardará, y no siempre, de sus victimarios.
Por eso buscar y alentar la verdadera poesía, ofrecer alternativas en la música, son cuestiones de Estado. Cuando se abandona la educación artística en la escuela elemental o en el secundario, cuando no se educan la sensibilidad y la razón para que los ciudadanos logren establecer cierta distancia crítica frente a los productos de la industria cultural de masas, los gobiernos están cometiendo crímenes de lesa humanidad. Se trata de la poesía, tonto.

Nada de esto es novedoso. Así como los orre eran salutíferos, también hubo tangos suicidógenos y boleros sadomasoquistas. De chico supe de una muchacha del vecindario que murió por obedecer a un valsecito de moda: se tomó una botella de lavandina, porque según la letra aquella, al amor desdeñado sólo le cabía la muerte como final.

Canciones para vivir

Felizmente hay también canciones verdaderas, canciones que dan vida y liberan. Es que una verdadera canción no puede sino pretender amor, justicia y libertad para todos; no hay cantares propiamente tales si están al servicio del disvalor. Aún los himnos nazis y fascistas apelan a la camaradería, la solidaridad, la valentía. Tienen que disfrazarse de generosidad revolucionaria para que se los cante con entusiasmo.

Toda canción verdadera anticipa la revolución, el reordenamiento poético de la realidad. Y más: por ser canción, es en sí misma la revolución. En el espacio del cantar, vivimos el tiempo y el paisaje de la libertad y la hermandad logradas. De no ser así, de no ser una intrusión del kairos en el cronos, ¿cómo podría ser la fuente del más bello trastorno?

Uno de estos cantares revolución se llama “Grândola, vila morena.” Nació en Portugal, en 1964, y contribuyó a la caída de un régimen tiránico, ferozmente aburrido.

Buchonlandia, 1926-1974

Antonio de Oliveira Salazar (1889 – 1970) había dirigido con mano de hierro y censura filosa el estado portugués, desde las sombras o a plena luz, nada menos que entre 1926 y 1968, cuando por fin un accidente doméstico lo dejó imbécil; sus allegados le hicieron creer que seguía gobernando hasta que murió en 1970. Fue el dictador más duradero del siglo XX, más que Stalin, Mussolini o Hitler. Compitió amistosamente por ese record con Francisco Franco, al que había ayudado en tiempos de la Guerra Civil española. Para Juan Rafael Llerena Amadeo, ministro de Educación del dictador argentino Videla, era Oliveira Salazar un modelo de estadista, porque había impuesto al Portugal un rumbo inapelable “como quien contempla una estrella, y hacia allí dirige el navío”. Y látigo y sudor para los remeros allá abajo.

Antes de tomar todo el poder estatal, Oliveira Salazar había establecido una favorable imagen pública con su actuación como ministro de Hacienda y mago de las finanzas, capaz de ordenar las cuentas del gobierno y conseguir empréstitos. Como un Domingo Cavallo, pero exitoso. La buena prensa y la gente de orden lo aplaudían. Una vez dueño del gobierno, diseñó el Estado Novo, corporativo y espión. Una guardia de choque, la GNR (Guardia Nacional Republicana), servía para disolver manifestaciones y protestas callejeras, no sin producir víctimas. Su policía política, la DIPE, llegó a enrolar o a enredar a uno de cada tres adultos, como agentes, informantes, infiltrados o relacionados. Era Buchonlandia, el paraíso añorado y envidiado por los mediocres James, Macris y Rodríguez Larretas de estas sureñas latitudes.

¡Pobre Puerto Alegre, Puerto Bello, Puerto Poesía; pobre Portugal! A Salazar lo sucedió, sin que el anciano llegara a enterarse jamás, Marcelo Caetano, un seudo reformista que mantuvo los controles sobre sus compatriotas y la guerra colonialista en el África. Una canción ayudaría a derrocarlo.


Pero no desesperemos. Ahí viene la canción.


(Termina en el post siguiente)

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Canciones de poder. Grândola Vila Morena y la revolución de los claveles. 2.



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La canción

Frente a Oliveira Salazar, a Marcelo Caetano, a la DIPE y al aparato dictatorial, un cantautor con una guitarra. “Zeca Afonso” (1929 – 1987) o simplemente Zeca (según los documentos, José Manuel Cerqueira Afonso dos Santos), portugués de nacimiento, había conocido Angola y Mozambique en su juventud. Inició su carrera musical como cantante tradicionalista, hasta que empezó a componer: entonces los barrios pobres, el colonialismo y la proscripción inspiraron la poesía de sus canciones. Para 1967 había sido expulsado de la docencia, y entre detención y detención tuvo que ganarse la vida con la música.

En ese tramo de su vida, Zeca compuso “Grândola, vila morena.” Había conocido la villa de Grándola cuando fue allí a dar un recital, en mayo de 1964: era un pueblo de reducidas dimensiones, que hoy llega apenas a los 15.000 habitantes… pero con una interesante Biblioteca comunitaria, un Centro de música denominado nada menos que “Sociedad Musical Fraternidad Operaria Grandolense”, y una despierta conciencia política revolucionaria, a pesar de los buchones y los esbirros.

Para eludir la censura, Zeca grabó la canción en Hérouville (Francia) en 1971. Transcribimos su letra, que es casi innecesario traducir al castellano:

Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena /el pueblo es quien más ordena/
Dentro de ti, ó cidade
Dentro de ti, ó cidade
O povo é quem mais ordena
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada esquina um amigo
Em cada rosto igualdade
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena

Em cada rosto igualdade
O povo é quem mais ordena
À sombra duma azinheira /encina/
Que já não sabia a idade
Jurei ter por companheira
Grândola a tua vontade /tu voluntad/
Grândola a tua vontade
Jurei ter por companheira
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade

El elemento que en una lectura apresurada parecería superfluo, la encina, es sin embargo un centro simbólico de los significados de la canción. A la sombra de una encina cuya edad ya no se sabe… qué mejor metáfora para nombrar al pueblo y su cultura, árbol antiguo y fuerte. El álbum que incluía esta canción se llamó “Cantigas do Maio”… en el calendario boreal, el mes de la renovación, el renacimiento, la revolución. A despecho de la censura, el disco se difundió clandestinamente y la canción fue escuchada, interpretada en las calles y reiterada en silbidos y tonadas.

Mientras crecía Grândola en las mentes y en los labios, la guerra colonial portuguesa se empantanaba en Angola, Guinea y Mozambique. Por ahí andaba el Che, peleando junto a angoleños y cubanos. Marcelo Caetano persistía en el ciego empeño colonialista; pero los militares habían comenzado a pensar por cuenta propia; algunos de ellos se habían interesado por el pensamiento socialista. Se formaba el Movimiento de las Fuerzas Armadas, en el que se agruparon los oficiales dispuestos a ponerle fin al régimen. Varios de ellos concurrieron a un recital de Zeca en marzo de 1974, en el Coliseo de Lisboa; y eligieron esa canción, que cerraba el espectáculo, como contraseña para el comienzo del movimiento armado. No por casualidad: la resonancia popular y el contenido de la letra condecían con las aspiraciones de los iniciadores de la revolución.

La revolución de los claveles

Quienes padecimos el servicio militar obligatorio, conocimos de cerca la limitada creatividad de los oficiales a la hora de elegir contraseñas. "Naranja - pato" supo ser la más original. Pero lo habitual era "Patria - Independencia", o "San Martín - Chacabuco", o "Ejército - Patria". Costaba recordarlas, de tan parecidas.

En cambio, la revolución portuguesa estuvo señalada por la poesía; dos canciones fueron sus indicadoras. La primera, “Y después del adiós”, de Paulo de Carvalho, fue emitida a la hora 23 del día 24 de abril de 1974. La segunda, que indicaba el avance de la revolución y la salida a la calle de las tropas de Lisboa, fue Grândola, Vila Morena. Se la escuchó en Radio Renascença a las 0.20 del día 25.

A pesar del pedido de los oficiales para que el pueblo no se expusiera, el común ocupó las calles, y cargó con claveles las bocas de los fusiles. Bastaron seis horas para que desapareciera el poder del régimen.

José Afonso narró con sencillez sus impresiones de esos días:

“Viví el 25 de Abril una especie de deslumbramiento. Fui hacia el Carmen, anduve por ahí... Estaba entusiasmado de tal modo con el fenómeno político que no me fijé bien, o no le di importancia, a lo de Grândola. Sólo más tarde, cuando se produjeron los ataques fascistas del 28 de septiembre o los del 11 de marzo y Grândola era cantada en los momentos de más grave peligro o de mayor entusiasmo, me di cuenta de todo lo que significaba y, naturalmente, tuve una cierta satisfacción.”

“Una cierta satisfacción” que por lo visto fue suficiente premio para Zeca; se rehusó a ser condecorado con la Orden de la Libertad.

Marzo, abril, mayo

El calendario también sabe de poesía. Se da una correlación cronológica en torno a la canción y la revolución. “Grândola” fue compuesta en marzo, a comienzos de la primavera en Portugal; fue contraseña de la revolución de abril, plena estación de las flores, tiempo de los claveles; y el disco que la contenía estuvo bajo la advocación de Mayo. Abril en Portugal era el momento propicio para una revolución popular; porque en los días tibios de primavera la calle “que es la cara de la historia” según Rafael Barret, se presta a reflejar los rasgos y los gestos de la multitud. La revolución de los claveles, el Mayo del ’68, el 17 de octubre del 45, la toma de la Bastilla en pleno verano, destellan de soles y gentes, a diferencia de los invernales golpes de junio de 1944, junio también de 1966, y el otoñal 24 de marzo de 1976, al que seguiría el invierno más largo y mortífero de nuestra historia reciente.

En cuanto a Portugal, antes de fines de 1975, y superando los dos intentos de golpe fascista, el pueblo había elegido a sus constituyentes y se había dictado una nueva carta fundamental. El país contaba con un gobierno representativo, había garantizado la independencia de sus colonias africanas, y estaba nacionalizando las grandes empresas y la banca. Tan luego una revolución de claveles y canciones, cómo no iba a cumplir con su promesa: “fascismo nunca más”.

Supongo que Llerena Amadeo se habrá sentido apenado con estos cambios. Y habrá querido desquitarse en nuestro país a partir de 1976, sacrificando personas a la estrella de su preferencia.

Pero las canciones, siempre, siempre son más fuertes.

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